2 Corintios 4:17 - Reina-Valera 1960
“Porque esta leve tribulación momentánea produce en nosotros un cada vez más excelente y eterno peso de gloria.”
Advertencia: Este devocional menciona brevemente casos de abuso e injusticia registrados en las Escrituras. No apto personas sensibles.
Introducción: La pregunta ante el dolor
En un mundo desesperanzado, con tanta maldad entre las personas, muchas veces podemos preguntarnos: ¿Dónde está Dios en medio del dolor? ¿Por qué permite tanto sufrimiento? Como cristianos, entendemos que la soberanía de Dios es absoluta y que Él interviene en las vidas de las personas, incluso —y especialmente— en medio del sufrimiento.
La providencia de Dios en las Escrituras
Las Escrituras están llenas de ejemplos de personas que enfrentaron situaciones dolorosas e injustas, pero en cuyas vidas la gloria de Dios brilló de manera extraordinaria:
Ejemplos de injusticia transformada y vulnerabilidad protegida
José sufrió la traición de sus hermanos, quienes lo vendieron como esclavo (Génesis 37:28). Sin embargo, Dios lo elevó hasta convertirlo en gobernador de Egipto, segundo solo después de Faraón (Génesis 41:40). De esclavo pasó a liderar naciones, y pudo decir a sus hermanos: “Vosotros pensasteis mal contra mí, mas Dios lo encaminó a bien” (Génesis 50:20).
Moisés de niño estuvo a merced de un destino incierto bajo el decreto de muerte de Faraón (Éxodo 1:22), y creció en tierra extranjera. A pesar de tener dificultad en el habla (Éxodo 4:10), Dios lo convirtió en el libertador de su pueblo, quien cargó con la responsabilidad de sacar a Israel de Egipto. Aunque no vio la tierra prometida en vida (Deuteronomio 34:4-5), confió hasta el fin en la victoria que Dios le había prometido, y sus hijos sí la vieron.
Las hijas de Selofehad —Maala, Noa, Hogla, Milca y Tirsa— tuvieron que enfrentar la injusticia de quedar sin herencia por no tener hermanos varones. Pero cuando reclamaron ante Moisés, Dios mismo intervino y estableció una nueva ley en favor de ellas (Números 27:1-7). El Señor escuchó su clamor y les hizo justicia.
La viuda de Sarepta no tenía más que un puñado de harina y un poco de aceite, preparándose para su última comida antes de morir de hambre junto a su hijo (1 Reyes 17:12). Pero cuando atendió al profeta Elías con fe, el Señor proveyó milagrosamente: “La harina de la tinaja no escaseó, ni el aceite de la vasija menguó” (1 Reyes 17:16).
Tamar, hija de David, sufrió una de las peores injusticias registradas en las Escrituras: fue abusada por su medio hermano Amnón (2 Samuel 13:1-19). Da escalofríos pensarlo, pero incluso de una mujer que padeció algo tan terrible, que perdió sus vestiduras de colores —símbolo de su dignidad como hija del rey—, el Señor se acordó de ella. Su hermano Absalón la resguardó en su casa (2 Samuel 13:20). En esa época, una mujer en esa situación era socialmente marginada, pero ella no quedó expulsada ni olvidada, sino protegida. Su historia representa la dignidad que Dios concede a quien ha sufrido injustamente. Aunque Amnón recibió su castigo a manos de Absalón (2 Samuel 13:28-29), el dolor de Tamar es un recordatorio de que Dios no es indiferente al sufrimiento de los vulnerables.
Podríamos mencionar muchos más ejemplos: David perseguido por Saúl, Raquel en su esterilidad, Pablo con su aguijón en la carne, Acsa pidiendo tierra fértil, Tamar de Judá (nuera de Judá, quien está en la línea genealógica de Cristo), Rahab la cananea redimida, Josué enfrentando murallas imposibles. En cada caso, vemos la providencia de Dios obrando.
El ejemplo supremo: Jesús
Pero el ejemplo más grande de todos es nuestro Señor Jesús mismo.
En su infancia, tuvo que huir junto a sus padres para ser protegido de la maldad de Herodes, quien buscaba matarlo (Mateo 2:13-14). Nació en vulnerabilidad, en un pesebre, rechazado desde el principio.
En su ministerio, vino a servir y no a ser servido (Mateo 20:28). Fue despreciado, “varón de dolores, experimentado en quebranto” (Isaías 53:3). Padeció insultos y desprecios. Israel no lo recibió como su Salvador; más bien lo rechazó, junto con los líderes religiosos rebeldes que se habían aliado con el imperio romano.
En su muerte, sufrió la cruz, experimentando el mal en su propia carne. Fue abandonado, torturado, crucificado como un criminal.
Pero Dios lo levantó de entre los muertos (Hechos 2:24). Murió en aparente derrota, pero resucitó en gloria. Ahora está sentado a la diestra del Padre (Hebreos 1:3), en el trono de Dios, ejerciendo como nuestro sumo sacerdote (Hebreos 4:14-16). Toda autoridad le fue dada en el cielo y en la tierra (Mateo 28:18).
Jesús mismo padeció el mal, por lo que puede compadecerse de nuestras debilidades (Hebreos 4:15). Él entiende nuestro dolor porque también sufrió.
Aplicaciones
Dios tiene un plan para tu futuro A pesar de lo que nuestro pasado quiera marcarnos, Dios tiene un propósito para nuestro futuro. La gloria de Dios se manifestará en nosotros, tal como se manifestó en José, en Moisés, en las hijas de Selofehad, y supremamente en Cristo.
No estamos solos en el sufrimiento Debemos lidiar con el sufrimiento en este mundo, sí, pero no lo hacemos solos. El Espíritu Santo nos da paz, que es fruto de una vida con Dios (Gálatas 5:22). Si tenemos una relación cercana con Él, podremos decir, como el apóstol Pablo: “Todo lo puedo en Cristo que me fortalece” (Filipenses 4:13).
Dios pondrá fin al mal Jesús acabará finalmente con el problema del mal en este mundo —ese mal que el ser humano provoca cada día—. Toda rodilla se doblará ante Él, “en el cielo y en la tierra y debajo de la tierra” (Filipenses 2:10), porque toda autoridad le fue dada. Él espera, en su misericordia, que todos se arrepientan (2 Pedro 3:9). Y cuando venga en gloria, toda lágrima será enjugada (Apocalipsis 21:4).
Mantengamos la mirada en Cristo Debemos mirar hacia adelante, sin dejarnos definir únicamente por lo que sucedió en el pasado. Como dice el escritor de Hebreos: “Despojémonos de todo peso y del pecado que nos asedia, y corramos con paciencia la carrera que tenemos por delante, puestos los ojos en Jesús” (Hebreos 12:1-2).
Sigamos hacia la meta: el llamamiento supremo de Cristo Jesús (Filipenses 3:14).
La invitación de Jesús
Vengan a mí todos los que están cansados y llevan cargas pesadas, y yo les daré descanso. (Mateo 11:28)
Vemos que Dios no se quedó ajeno a la necesidad y el sufrimiento del ser humano, tanto así que él mismo descendió del cielo: nació de una mujer, María,
Conclusión

Dios no se olvida de nosotros. En medio de un mundo caído y lleno de maldad, Él sigue siendo soberano. Su providencia obra incluso en las circunstancias más dolorosas. Y si experimentamos sufrimiento hoy, recordemos que nuestro Señor también sufrió, y que su resurrección es la garantía de nuestra esperanza futura.
Toda la gloria sea a Él. El Señor es bueno. Dios nos amó, nos ama y nos amará por siempre como sus hijos y en él podemos tener refugio seguro.
Te dejo una canción que yo hice, para alabar al Señor.

